miércoles, 27 de julio de 2011

¡Qué mal rato!



Qué mal, qué mal, pero ¡qué mal lo pasé ayer! Pensé que me quedaba todo el fin de semana en el baño de mi trabajo… uffff, me salvó la luz del móvil; se apagaron las luces de repente y la oscuridad era tan absoluta que no encontraba ni el picaporte, ni el pestillo, ni nada de nada…menos mal que me desplazo a todas partes sin separarme de la Blackberry ¡benditos móviles!

Resulta que ahora trabajo en un edificio inteligente (así lo llaman…) y como es un edificio inteligente decide, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo (a este lo pongo en minúsculas que no tengo ganas de ascenderlo), tomar decisiones por mí. El cuarto de baño dictamina cuánto tiempo tienes que estar entre sus cuatro paredes pintadas de azul piscina (eso en el cuarto de baño de tíos, porque en el de tías están pintadas de rosa palo). Cuando el cuarto de baño inteligente no detecta movimiento y decide que YA, simplemente apaga las luces. ¡Zas! Y yo me pregunto… ¿qué tipo de movimiento habría que hacer cuando estás sentado en el cuarto de baño para que no se apaguen las luces? Mover los brazos en aspa lo he probado y no sirve… ¿En qué estaría pensando el ingeniero que lo diseñó? Cómo me gustaría haberlo conocido, porque original sí que debía ser…

No sé si por el color de las paredes o por lo tenue de la iluminación, al abrir la puerta sientes que te adentras en una discoteca en la que sólo faltaría la música y un gintonic. Creerías estar en Estudio 54 si no fuera porque te despiertan de la ensoñación unos retretes de diseño en acero inoxidable, colocados a miles de metros del suelo… glups… la primera vez que los vi me dio un ataque de pánico y pensé: ¡no llego ni saltando! Es horrible ser español en un edificio inteligente construido para nórdicos, y eso digan lo que digan, porque cuando tengo que sentarme me cuelgan los pies y pierdo toda mi dignidad. ¿Cómo pretenden que dirija un equipo cuando todo el mundo sabe, al verme salir del baño, que para sentarme en un retrete me he tenido que encaramar y trepar como si del Everest se tratara, para acabar con los pies colgando?

Y eso no es lo único malo, no… cuando quieres ir al baño (lamento lo escatológico de mi entrada de hoy pero tenía que contarlo) mantienes una espantosa lucha interior:

me meto en el cubículo o me quedo fuera, me meto en el cubículo o me quedo fuera…

Si te quedas fuera es peor, porque los urinarios están tan pegados que podrías escribir un tratado sobre formas, tamaños y maneras de tus jefes y compañeros así es que si eliges quedarte fuera sabes que tienes que hacer pis impasible el ademán (imposible el alemán, que decían los niños) y mirando a lontananza en aparente estado de ensoñación, o al techo, como si tuvieras una intensa vida interior.

A veces, en cambio, no tienes más remedio que encerrarte en una de esas cajitas azul piscina con los pies colgando y de resultas (como dicen en los pueblos), al tirar de la cadena, descubres que tu empresa utiliza un mecanismo instalado en las cisternas para un consumo inteligente de agua ¿Por qué todo se ha vuelto inteligente en los últimos tiempos? Recuerdo cuando solamente lo éramos las personas, y sólo algunas; ¡qué tiempos aquellos!

El consumo inteligente se traduce en que cuando tiras de la cadena sale un chorrito apenas perceptible, un pequeño manantial que carece de caudal. Para no entrar en detalles sólo diré que cada vez va menos gente al baño y todos, como cuando éramos pequeños en el cole, esperamos a llegar a casa. ¿Será esto gestión inteligente de la productividad en lugar de esa lucha por defender un bien escaso, que es lo que nos dice el letrero sobre el retrete?

El problema de la inteligencia no está solamente circunscrito al territorio de los cuartos de baño, ¡no! Este edificio también es inteligente para manejar las puertas; cuesta muchísimo entrar y, una vez dentro, tampoco te deja salir. Te debates entre el terror de “no voy a llegar a mi hora” o de “no sé si volveré a casa esta noche”. Todo el mundo lleva alrededor del cuello un cordoncillo del que cuelga una tarjeta con tu nombre y tu foto, así es que en los ascensores todos nos miramos, en lugar de a los ojos, a la altura del esternón; tengo que reconocer que a veces resulta bastante práctico…Pero me voy del tema: sin la tarjeta no entras en el garaje y si ya has entrado no vuelves a salir. Sin la tarjeta no puedes entrar en el edificio, ni en la zona donde está tu puesto de trabajo, no puedes salir para ir al cuarto de baño porque no podrías volver, no puedes asistir a una reunión en otra planta porque cada puerta necesita un código especial.

Para rizar el rizo, la puerta giratoria de la entrada ha sido programada para hacerte recordar la infancia. Aparentemente es una puerta giratoria como otra cualquiera, con paneles de cristal corrientes y molientes (un poco estrechos, eso sí), que empieza a girar a bastante velocidad cuando ya estás casi dentro. Te pegas tal susto que tienes que pararte y (aquí viene lo de los recuerdos de infancia) buscar, acompañando el ritmo giratorio con movimientos de cabeza, el momento de colarte dentro como hacían aquellas niñas que saltaban a la comba en larguísimas filas y tenían que entrar y salir sin engancharse a la cuerda que giraba. ¡Qué bonitos recuerdos…! ¿Lo habrán hecho por eso? ¿Tendrá en mente el edificio, ya que es tan inteligente, “la magdalena de Proust” en una búsqueda del tiempo perdido?

¿Terminará siendo el edificio tan inteligente que el día que me vaya será él quien me despida, abriendo las puertas a mi paso y regalándome un reloj?


Blas de Lezo







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