sábado, 7 de mayo de 2011

Downton Abbey... más o menos


Hoy nos hemos enterado del notición y ¡menudo notición! ¡Han ascendido a mi jefe!. Pero no es un ascenso cualquiera, es  ¡EL ASCENSO!  Y es que “muchos son los llamados y pocos los elegidos,” que decía el bueno de San Mateo … la verdad es que tampoco me quedó muy claro en esa parábola el significado de la frase; ya se sabe que las parábolas no están pensadas para mentes mediocres...¡cuánto me falta por aprender!  Y es que ya lo decía mi padre: no me va a dar tiempo a estudiar griego antes de que me muera...


Ahora, mi jefe ya no es mi jefe, porque como es muchísimo más importante se lo han llevado a otra área que lo merezca; resulta que tanto el trabajo que hacía, como dirigirnos a nosotros eran dos actividades que no tenían la suficiente categoría. Al principio me ha costado entenderlo; yo pensaba que si tienes un jefe que merece un súper ascenso es porque la gestión que ha realizado él y la labor de su gente, lo han hecho merecedor de esos galones. Se nota que no tengo ni idea de cómo se dirige una empresa  ni de cómo se gestionan “los recursos” ni “la tropa”, que es así como nos llaman ahora en lugar de “humanos” o “personas”. Por otro lado, son calificativos que me recuerdan al de “almas” de la estepa rusa de los zares, y que tanto suenan a Doctor Zhivago...¡tan romántico...!

Por lo visto el departamento que deja (el nuestro) y el equipo que ha trabajado para él (nosotros) no son los artífices de su salto a la fama. ¡No! Es simplemente por ser como es él, por “lo que viene siendo él mismo”, que se dice ahora para hacer las frases más largas y que suenen más cultas. Mi jefe, bueno, mi ex jefe, ha nacido para alcanzar la gloria independientemente del trabajo que haga o de cómo gestione “sus recursos”. ¡Y es que vale una barbaridad!

No lo veíamos mucho por su despacho porque tenía muchísimas cosas que resolver fuera del departamento o incluso fuera del edificio. Tenía muchas reuniones, mucha gente que visitar, comidas larguísimas y otros trabajos a los que dedicar su tiempo... y es que vale tanto que no sólo puede con uno. A mí me encantaría valer tanto como él, la verdad, pero es que no doy a basto; entro a las 8.30 y cuando salgo a las 7.30 de la tarde no me ha dado tiempo ni de sacar la cabeza del ordenador. En fin, somos tan diferentes los seres humanos...

Nos convocaron a todo el departamento para darnos la noticia. Entramos todos con el ombligo un poco encogido sin saber lo que nos iban a decir, con esa sensación que nace en el colegio de “si me reunen, malo, algo habré hecho...”

Vino incluso el jefe de mi jefe a darnos la buena nueva:

-"Tengo una noticia buenísima que daros;" dijo, "he querido venir para decíroslo en persona porque no quería perderme vuestra alegría".

¡Qué momento, Dios mío! Lo tengo grabado en la retina: su cara alegre y picarona, nuestros cuerpos echados para delante receptivos, los ojos brillantes de muchos de nosotros esperando: unos el ascenso, otros un reparto de tareas más equitativo, aquí un bonus digno, allí un aumento de sueldo... Por eso, cuando llegó la noticia, no reaccionamos inmediatamente... nuestras mentes estaban mucho más centradas en aspectos nimios y banales. Más egoistas, vamos.

-"¡Hemos ascendido a “fulanito”!" nos dijo el jefe de mi jefe con cara de triunfo.





Tengo que admitir que hubo un momento de incredulidad ¡pero fue sólo un momento! porque enseguida me di cuenta de lo maravilloso que es que el que ha sido tu jefe durante varios años, vaya a ser cubierto por una capa de armiño y de terciopelo granate, y se le conceda la prerrogativa de permanecer cubierto ante el rey, como los caballeros castellanos del siglo XVI.

En ese momento me identifiqué totalmente con Mr. Carson, el mayordomo de Downton Abbey y con su alegría ante el embarazo de la condesa de Grantham... y es que no existe felicidad mayor que la fortuna de los tuyos...