domingo, 27 de marzo de 2011

El feudalismo de la Edad Media no ha muerto

¿por qué será que no me extraña?

Ya entiendo por qué me siento siervo de la gleba...


Pincha para ver el vínculo: Acabar con los feudos de directivos de grandes empresas






Blas de Lezo


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Tarjeta Restaurante




Ayer comí con mi jefe.


A ver, entendedme, no vayáis a pensar que mi jefe me envió una invitación formal para comer, ¡no! sólo dijo “me apunto” y se apuntó. Así, natural, llano, espontáneo; mirándome a los ojos; de igual a igual. Lo digo porque normalmente los jefes se cruzan contigo por los pasillos y no te ven. Llevan esa mirada fija en un punto que siempre está un poco por encima de tu hombro... a veces, sólo a veces, te miran ¡e incluso te sonríen! En esos momentos piensas: ¡guauuuu! así es como le ven en casa... En fin, que entiendes muy bien la sensación de Harry Potter en las escenas en la que se envuelve en su túnica de invisibilidad para atravesar los corredores de Hogwarts. ...Vamos, como decía aquel poema: que soy incorpóreo, soy intangible, vano fantasma...

Así es que he llegado a la conclusión de que los jefes te miran pero no te ven. Aunque a veces, después de uno de esos cursos a los que van para conseguir habilidades para motivar, salen con ganas de practicar y entonces “se apuntan a comer” y... ¡te joden la comida!


Porque ir a comer con un jefe es durííísimo!!!! Ya lo decía mi abuela cuando hablaba de las muchachas (que así se llamaban antes de llamarse servicio doméstico o cuidadoras) :


- “Hijos", decía, "no os engañéis; ¡Nos odian! No puedes querer a quien sirves así es que no os empeñéis en que os quieran; lo importante es que os respeten”... eso decía mi abuela... y realmente es una pena que no viniera nunca a dar una conferencia al banco.


Nosotros somos “las muchachas” de un numerosísimo grupo de: jefes de área, executive directors, managing directors, jefes funcionales, jefes de producto, directores corporativos, jefes territoriales, jefes de zona … que de vez en cuando se aburren de mirar a lontananza y se apuntan a comer.


Bueno, el caso es que llega la hora y aparece con cara de:
- “¿en qué coche vamos?” y tú piensas,
- “¡ay Dios, hace mil años que no lo lavo y además se me ha agotado el botecito ambientador al limón y huele a tabaco...!
Pero no hay problema, era una pregunta retórica. Y es que los jefes, como norma, tienen querencia a sus X5s, y yo me amoldo a todo.


El “¿dónde vamos?” se convierte en la pregunta más temida. Y es que quitando al “espontáneo”, somos un grupo compacto que siempre come en el mismo sitio. Típico sitio de menú casero; de los de “los jueves paella”. Nos observamos de reojo, detecto miradas asesinas (a nadie le gusta que me lleve al jefe), levantamiento de cejas, fruncimientos de nariz... ¡Jo, ya me hubiera gustado a mí verlos a ellos diciéndole “al espontáneo”: contigo no, bicho... ! Terminamos en un asiático. A los jefes les da por comer en asiáticos cuando comen “con su gente”. Y aquí empieza el via crurcis.


¿De qué se puede hablar durante una hora y media con un jefe si los temas preferidos no son, digamos, muy “oportunos”? Es un poco como en el cuento de la Ratita Presumida. ¡Nooo, que me comería!!!


Así es que si consideramos que no se puede hablar de:


- otros jefes


- otros compañeros


- otros bonus


- otras condiciones de trabajo en lugares paradisiacos...


¿qué te queda?


Uno siempre termina hablando de viajes, de los de tu jefe fundamentalmente, porque a ti con mandar a los niños a los campamentos en verano ya no te sobra para más excursiones.... ayyy... qué vida esta...


Así, entre cruceros por el Mar Negro y turismo de Spa especializado en viajes de relax y salud, donde, por eso del “Mens sana in corpore sano”, tu jefe y su mujer se realizan mediante la práctica de actividades alternativas como el yoga, el tai chi y diversos tipos de masajes, transcurre la hora y cuarto de comida.


Con el “nos trae la cuenta” llega quizás el acontecimiento más... no sé... más sorprendente de todo el almuerzo.


Todos sacamos nuestras tarjetas restaurante y empieza el guirigay. A la pobre china que nos atiende en su pequeño español cuajado de “eles”, se le van agrandando los ojos del susto:


- de la tarjeta cóbreme 9:50 y el resto se lo doy en monedas


- ¿alguien me presta 2 euros que sólo tengo un billete de 50?


- Yo te lo pago todo y luego me lo das que está roto el cajero y me he quedado pelado.
Cobre 9.50 de esta tarjeta, y con la otra un menú completo y los dos euros que faltan del mio.


(la china se va a echar a llorar, pobre...)


El jefe, simplemente pone su tarjeta encima de la mesa como si fuera un full de Reyes-Ases.
¡impresionate!
¡qué clase!
Sin despegar los labios y sin hablar de dinero que es tan ordinario.
Todos miramos la tarjeta que es igual que la nuestra por fuera, la tarjeta restaurante BBVA, mientras él sonrie a la china, tranquilizador:


- Cobre 12 euros, el precio del menú.


De ahí su mixto de Sushi y Sashimi ...mientras que el mío sólo un pollo con verduras y anacardos.


El banco no puede permitir que sus directivos coman cualquier cosa y se intoxiquen; ¡son tan necesarios para crear valor al accionista!

¡Y es que todavía hay clases!

Blas de Lezo